Aquella tarde, Fernando, había quedado con sus amigos en
ir a jugar al campo de fútbol del pueblo, que por desgracia estaba en ruinas.
Hace veinte años era la novedad del pueblo, todo el mundo
quería jugar al futbol en él, incluso llegamos a nacional, pero hoy en día, es
tan sólo una explanada, con malas hierbas que han crecido por los alrededores y
la pintura de las porterías se ha ido cayendo con el desgaste del sol. Los
grandes y lujosos vestuarios que un día hubo, han pasado a ser dos habitaciones
con el techo medio caído dónde algún que otro joven delincuente ha hecho fuego
dentro y pintado las paredes con spray. Si hablamos de las gradas… las gradas,
las recuerdo con sus asientos de plástico azul, sus grandes escalones de
piedra, dónde tarde tras tarde de fin de semana íbamos a ver el partido de la
jornada con nuestras bolsas de pipas y así pasar un estupenda tarde.
De todo aquello no queda nada, incluso, una pared ha
tenido que ser tapiada para que los coches no puedan entrar dentro.
Ya estaba todo listo, se habían dividido en dos equipos
de seis personas y Álvaro, que no podía jugar porque estaba lesionado, dijo:
-
¡Comienza el partido, el equipo que gane nos invita a un helado!
Todos jugaron con ganas para ganar ese simbólico premio,
pero una patada más fuerte de lo normal, mandó el valor hasta la esquina más
alejada del campo.
-
¡Voy yo!, ¡Voy yo!, gritó Fernando. Pero todos fueron detrás de él a por el
balón.
-
¡Eh, eh!, mirad lo que hay aquí, dijo Gustavo mientras los demás cogían el
balón.
Al acercarse, descubrieron a un hombre, medio muerto, con
la ropa rota en pedazos y la cara quemada por el sol. No sabían que hacer,
aquel hombre debería llegar ahí días sin poder moverse porque tenían una pierna
llena de sangre.
- ¿Se encuentra bien?, dijo Rubén.
El vagabundo, apenas podía hablar.
-
Si, si. Quiero un poco de agua.
Los niños rápido le llevaron el agua que tenían todos en
sus mochilas. Y el vagabundo, empezó a hablar:
- Llevo viviendo en este campo de futbol unos días, no tengo apenas dinero y
he comido muy poco durante semanas. Ayer, salí a intentar matar algún conejo
para comer y me tropecé con este hierro y no me puedo mover.
Los niños, más tranquilos al ver que el hombre se
encontraba bien, decidieron bajar con sus bicicletas al pueblo y avisar al médico.
Así lo hicieron, unos se quedaron con el hombre dándole
agua y unas golosinas que uno de ellos tenía en la mochila y los otros se
fueron a avisar al médico:
-
¡Rápido, rápido! ¡Hay un hombre en el campo de futbol medio muerto! ¡Necesita
ayuda!, dijeron todos a la vez nada más entrar en el médico.
Sin mediar palabras los médicos cogieron los maletines y
rápidamente su fueron para el lugar. Los niños llegaron pasados los minutos, y
comprobaron que el hombre estaba siendo atendido y no corría peligro. Se le
llevaron al hospital por precaución, ellos ya habían hecho bastante, le habían
salvado la vida.
-
¡Mejórese señor!, gritaron todos a la vez.
Pasados los días, el vagabundo se recuperó y lo primero
que hizo fue buscar a aquellos jóvenes que le habían salvado la vida.
Como agradecimiento les compró una enorme bolsa de chucherías, igual a la que ellos le dieron cuando se lo encontraron tendido en el suelo.
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