Olalla, llegaba a casa después de un largo día de
universidad, con mil trabajos por hacer y los exámenes a la vuelta de la
esquina.
Como todos los días, se encontró con la casa vacía,
bueno, a excepción de su hermano Juan, que estaba encerrado en su habitación
con algún juego de ordenador. Se preparó la comida y al terminar sin mediar
palabra se metió en su habitación, tenía muchos trabajos acumulados.
Estudió toda la tarde y a las ocho de la noche se dispuso
a prepararse la cena para hacer un descanso en su frenético día. De pronto, la
puerta se abrió y al ir hacia ella descubrió a su madre tirada en el suelo, con
la falda medio rota, retorcida y desprendiendo su habitual olor a whisky
barato. Era el día a día al que Olalla se tenía que enfrentar con tan sólo 18
años, estas situaciones las llevaba viviendo toda su vida. Su padre los
abandonó cuando ella tenía 6 años porque no podía soportar que su mujer
anduviese por ahí todo el día sin hacerse cargo de su familia y cobarde de él
optó por la salida fácil, huir. Desde entonces la joven se ha tenido que hacer
cargo de todo, pero aquella tarde, vio a su madre como nunca antes la había
visto. No podía soportar más la situación y empezó a buscar a su padre, para intentar
hacer algo por su madre.
El único contacto que la podía llevar a su padre era un
tío que vivía en un pueblecito de Galicia. Olalla se armó de valor y tomó el
primer tren con destino a Tablado. Tras dos días deambulando por aquellas
tierras llegó a su objetivo. De la visita salió contenta porque el tío Jacinto
la proporcionó alguna información sobre el paradero de su padre, aunque no muy
fiable, la joven no se rendía y esta vez en autobús, porque sus pequeños
ahorros estaban agotándose, se fue hasta Almería, anduvo y anduvo, entró en
bares, supermercados, tiendas, estancos y hasta en el chiringuito de la playa y
nadie sabía de la existencia de un hombre alto, moreno, con la nariz un tanto
puntiaguda de unos 50 años, que aparecía en una deteriorada foto que un día su
madre la dio. Cansada de buscar sin encontrar ni una sola pista, se sentó en un
banquito de piedra que había en el puerto y mirando la foto de su padre empezó
a pensar cuánto le había echado de menos todos estos años, se había perdido su
adolescencia, sus años de bachillerato, su selectividad…, pero tenía que ser
fuerte, como lo había todos estos años y no rendirse, ahora era toda una mujer.
De pronto, notó como un hombre la tendía un pañuelo para
que se secase las lágrimas. Era un hombre alto, moreno, con alguna cana en el
pelo y un porte muy elegante, al verla la preguntó el motivo de ese
desconsolado llanto y la joven sólo se limitó a enseñarle la foto, sin apenas
mirarle a la cara.
El hombre, al ver aquella foto, se levantó del banco sobresaltado
y empezó a fusilar a la niña a preguntas sobre el porqué tenía ella esa foto.
Tras una larga conversación, Olalla descubrió que el hombre que la había
ofrecido el pañuelo era su padre, esa figura que había echado de menos tantos
años, y notó en aquel hombre un arrepentimiento profundo.
La chica volvió a Madrid, hizo sus exámenes de final de
curso. Su madre seguía como la había dejado antes de su marcha y su hermano,
prácticamente igual. Los contó todo lo sucedido y su hermano aceptó mudarse con
ella a Almería junto a su padre y su madre, de su propia voluntad, internó en
un centro de rehabilitación para que la tratasen su problema con el alcohol.
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